Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda

By: Juan David Betancur Fernandez
  • Summary

  • Este podcast está dedicado a los cuentos, mitos y leyendas del mundo.
    © 2024 Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda
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Episodes
  • 593. Sentaro el eterno. (Japón)
    Oct 1 2024

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    Juan David Betancur Fernandez
    elnarradororal@gmail.com

    Había una vez un hombre en el antiguo japon que no quería morir. Este hombre se llamaba sentaro Sentaro Había heredado una pequeña fortuna de su padre y vivía de ello, pasando el tiempo sin preocupaciones, sin pensar en ningún momento en trabajar, hasta que tuvo treinta y dos años. Un día, sin ninguna razón aparente, el pensamiento de la muerte y la enfermedad le asaltó. La idea de caer enfermo o morir lo molestaba mucho. — y se decía a si mismo. Me gustaría vivir hasta los quinientos o seiscientos años al menos, libre de toda enfermedad. La duración habitual de la vida de un hombre es muy corta.

    A partir de ese momento trato de vivir una vida sensilla y frugal para tratar de prolongar su vida. Desde joven había oído que en las grandes montanas vivían los hermitanos que conocían el elixir de la vida y que un monje llamado Jofuku se había convertido el el guardián del elixir

    Sentarō se decidió a partir en busca de los ermitañosde el monte Fuji y, con el sueno de convertirse en de ellos, para poder obtener el agua de la perpetua vida. Recordó que, de niño, le habían dicho que esos ermitaños no solo vivían en el monte Fuji sino que vivían en todos los grandes picos. Así que dejó su vieja casa al cuidado de sus familiares, y empezó su viaje. Atravesó todas las regiones montañosas del país, escalando hasta las cumbres de los picos más altos, pero nunca consiguió encontrar ningún ermitaño. pensó cuán estúpido era perder el tiempo buscando así a los ermitaños, así que decidió ir al altar de Jofuku, que era adorado como el patrón de los ermitaños del sur de Japón. Sentarō se acercó al altar y rezó durante siete días, pidiendo a Jofuku que lo guiara hasta un ermitaño que pudiera darle lo que él tanto quería. A medianoche del séptimo día, mientras Sentarō se arrodillaba en el templo, la puerta del sancta sanctorum se abrió de repente y apareció Jofuku en una nube luminosa, y pidió a Sentarō que se acercara.

    »Como respuesta a tus plegarias, sin embargo, te ayudaré a encontrar el camino. Te mandaré al país de la Vida Eterna, donde la muerte nunca llega, ¡donde la gente vive para siempre! Tras decir esto, Jofuku puso en la mano de Sentarō una pequeña grulla hecha de papel, diciéndole que se sentara en su lomo y lo llevaría allí. Sentarō obedeció, admirado. La grulla creció lo suficiente para montarla cómodamente. Después extendió las alas, se alzó en el aire y voló sobre las montañas directamente hacia el mar.

    Al principio, Sentarō se asustó, pero, poco a poco, se acostumbró al ligero vuelo por el aire. Y así siguieron durante miles de kilómetros. Después de unos cuantos días, llegó a la isla. La grulla voló sobre la tierra y después aterrizó. Cuando Sentarō se bajó del lomo del pájaro, la grulla se dobló por su propia cuenta y se metió en su bolsillo. Sentarō empezó a mirar a su alrededor, sorprendido; tenía curiosidad de ver cómo era el país de la Vida Eterna. Dio un paseo primero por el campo y luego a través del pueblo. Todo era, por supuesto, bastante extraño, diferente de su propia tierra. Pero tanto el lugar como la gente parecían prósperos, así que decidió que sería bueno para él quedarse allí y asentarse en uno de los hoteles. El propietario era un hombre amable y, cuando Sentarō dijo que era un forastero pero que quería vivir allí, le prometió arreglar un encuentro con el gobernador de la ciudad. Incluso encontró una casa para su invitado. Así, Sentarō obtuvo su gran deseo y se convirtió en residente del país de la Vida Eterna. Por lo que recordaban los isleños, ningún hombre había muerto allí, y las enfermedades eran algo desconocido. Los sacerdotes habían llegado allí desde India y China y les hablaron de

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    14 mins
  • 592. La princesa Ixquic (Leyenda Maya)
    Sep 28 2024

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Había una vez en lo que hoy es yucatan una princesa llamada Ixquic que era hija de un señor maya llamado Cuchumaquic.

    Cierto día mientras Cuchumaquic paseaba con su hija por los amplios jardines adyacentes a los templos mayas le contó a su hija que en el inframundo había una árbol que se decía producía unos extraños frutos. Al oír esto la joven pregunto.

    Puedo ir yo a ver ese árbol. Seguro que sus frutos deben ser muy sabrosos. El padre inmediatamente le dijo que le estaba prohibido visitar el inframundo y comer de dichos frutos.

    Pero la joven Ixquic quedo maravillada de la historia y secretamente hizo nacer un deseo en su corazón de desobedecer a su padre y viajar por ella misma a conocer el árbol y sus frutos.

    Una noche, oculta por la oscuridad de la luna nueva Ixquic salió de su palacio y emprendió camino sola hacia el inframundo al que llamaban Pucbalchah. Allí asombrada llego a al pie del misterioso árbol.

    .

    ¡Ah!, dijo , ¡qué frutos tan extraños produce este árbol. No visto otros igual en las tierras de mi padre. Y cuantos tiene en sus ramas. Que me sucedería si cojo uno de ellos. Acaso podría morir.

    De pronto una voz que venia de dentro del árbol le respondió.

    ¿Qué es lo que quieres joven princesa? Estos objetos que vez en las ramas de los arboles no son frutos son calaveras. Dime que deseas.

    La joven replico. Deseo los frutos.

    Seguro replico de nuevo el árbol .

    Sí los deseo, contestó Ixquic.

    Muy bien, dijo la calavera que le hablaba . Extiende hacia acá tu mano derecha.

    De acuerdo replicó la joven, y con movimientos tembloroeos levantando su mano derecha y la extendió hacia el árbol.


    En ese instante la calavera que le hablaba escupió y la saliva cayó directamente en la palma de la mano de la joven princesa Ixquic. Y luego le dijo.

    En mi saliva y mi baba te he dado mí descendencia (dijo la voz en el árbol). Ahora mi cabeza ya no tiene nada encima, no es más que una calavera despojada de la carne. Así es la cabeza de los grandes príncipes, la carne es lo único que les da una hermosa apariencia. Y cuando mueren los hombres se espantan a causa de los huesos. Así es también la naturaleza de los hijos, que son como la saliva y la baba, ya sean hijos de un Señor, de un hombre sabio o de un orador. Su condición no se pierde cuando se van, sino se hereda; no se extingue ni desaparece la imagen del Señor, del hombre sabio o del orador, sino que la dejan en sus hijas y en hijos que engendran. Esto mismo he hecho yo contigo. Sube, pues, a la superficie de la tierra, que no morirás. Confía en mi palabra que así será, dijo la cabeza de Hun-Hunahpú

    Cuando Ixquic regresó a su casa, supo que se había quedado embarazada inmediatamente por haber estado en contacto con la saliva de la calavera

    Llegó, pues, la joven a su casa y después de haberse cumplido seis meses, fue advertido su estado por su padre, el llamado Cuchumaquic. Al instante fue descubierto el secreto de la joven por el padre, y mando a llamar el consejo de señores de xibalba. Diciendoles. .

    Mi hija está preñada; ha sido deshonrada, exclamó Cuchumaquic cuando compareció ante los Señores.

    Está bien, dijeron estos. Oblígala a declarar la verdad, y si se niega a hablar, ca

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  • 591. El valiente cobarde
    Sep 25 2024

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    Juan David Betancur
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    Había una vez un hombre muy pobre que vivía en una ciudad. Su única posesión era una guitarra, y su única amiga era una anciana que le daba de comer. En esa región, dos pueblos vecinos estaban en constante conflicto, atacándose mutuamente año tras año.

    Un día, mientras exploraba los alrededores, el hombre encontró un lugar muy verde que le inspiró. Decidió descansar allí y pronto se quedó dormido. Sin embargo, unas moscas lo despertaron, y en su furia, mató a noventa y nueve de ellas de un solo golpe. Orgulloso de su hazaña, grabó en su guitarra:

    “Shej Gub-ba quitó noventa y nueve vidas de un solo golpe, entre el canto y el silencio.”

    Unos soldados del pueblo vecino, que acababa de ser atacado, pasaron por allí y vieron el guitarrista dormido. Inmediatamente se acercaron para robarle, pero inmediatamente cogieron la guitarra leyeron la inscripción y en la guitarra y pensaron que Shej debía ser un guerrero formidable.

    Huyeron sin despertar al hombre y corrieron a informarle al rey de lo que habían leído. El rey interesado en contar con un guerrero capaz de matar 96 personas de un solo golpe decidio que quería hablar con el y mando a llamarle a sus presencia.

    Cuando los soldados le pidieron que fuera a ver al rey, Shej respondió que el rey debía venir a él ya que el estaba muy ocupado para ver reyes. Y el rey soprendido de aquel rechazo pensó que efectivamente debía estar ante un hombre excepcional, así que monto en su caballo real y cabalgo hasta donde estaba Shei. Cuando llego lo encontró mal vestido, pelo largo, sin afeitar y sucio. Sorprendido por su apariencia desaliñada, el rey ordenó que lo arreglaran y lo trajeran a su presencia. Una vez limpio y bien vestido, el rey le pidió que matara a un león que estaba aterrorizando a su pueblo como prueba de su valentía.

    Shej , preocupado, fue a ver a su amiga anciana, quien le preparó un brebaje para dormir al león. El león bebió el brebaje y se quedó dormido, permitiendo que la anciana lo amarrara. Shej llevó al león al pueblo, donde fue recibido con una gran celebración y se le ofreció la mano de la hija del rey en matrimonio.

    Vivió como un príncipe hasta que un día fueron atacados por un grupo de bandidos. La princesa le pidió que defendiera al pueblo pero éste, para esconder el miedo que sentía, exclamó:

    -Tenéis que amarrarme bien encima del caballo porque soy un peligro viviente. En la lucha me enfurezco y arremeto contra todo el mundo. No puedo andar suelto. Y de esa manera los soldados lo amarraron al caballo y lo llevaron a la entrada del pueblo. Y luego dejaron que el caballo cabalgara de frente contra las

    El caballo, sintiendo la tensión del momento, comenzó a galopar hacia las filas enemigas. Los soldados enemigos, al ver a Shej atado de esa manera, pensaron que debía ser un guerrero temible que no necesitaba siguiera estar libre para enfrentarlos, que amarrado como estaba podía derrotarlos y se llenaron de miedo.

    El caballo, entrenado para la batalla, se lanzó con fuerza y velocidad, y Shej aunque asustado, mantenía la calma exteriormente. Los enemigos, confundidos y aterrorizados por la visión de este hombre aparentemente indomable, comenzaron a retroceder.

    En medio del caos, Shej recordó las palabras de su vieja amiga y decidió usar su ingenio una vez más. Comenzó a gritar con todas sus fuerzas, fingiendo estar en un frenesí de batalla:

    • ¡Apartaos de mi camino, o conoceréis la furia de Shej Gub-ba, el que mató noventa y nueve vidas de un solo golpe!

    Los enemigos, aterrorizados por sus gritos y la velocidad del caballo, huyeron en desbandada. Los soldados del

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