
el abrigo vacío
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Acerca de esta escucha
Cuando ella murió, no supe qué hacer con su abrigo.
Ese que siempre colgaba detrás de la puerta y olía a jazmín y sopa caliente.
Ese abrigo que la acompañó a todas partes: al mercado, al médico, al parque donde me llevaba de niño.
Durante días, lo dejé donde estaba, como si aún pudiera volver por él.
A veces lo rozaba sin querer, y juraría que me acariciaba el alma.
Un día me armé de valor.
Lo tomé con cuidado, como si aún lo habitara su cuerpo frágil.
Lo abracé.
Y lloré.
Dentro, en uno de los bolsillos, encontré una nota doblada.
Decía:
“Si estás leyendo esto, es porque ya no estoy. Pero quédate tranquilo, hijo. No hay abrigo más cálido que el amor que sembramos. Y tú llevas el mío por dentro.”
Desde entonces, cada Día de la Madre saco ese abrigo, lo pongo en mis hombros, cierro los ojos… y por un instante…
ella vuelve.
¿Por qué te cuento esto?
Porque a veces creemos que el tiempo es infinito…
Y dejamos para mañana los abrazos, las llamadas, los “te quiero”.
Pero las madres no son eternas.
Y cuando ya no están, lo único que abriga…
son los recuerdos.
Así que si aún la tienes, abrázala fuerte.
Llámala hoy.
Hazle saber que su amor sigue siendo tu refugio.
Porque un día, te lo juro, ese abrigo quedará colgado…
y ya no habrá nadie dentro.
Feliz día de la madre aunque una madre lo es todos los días del año
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