• El niño y el zapatero

  • Mar 26 2025
  • Duración: 2 m
  • Podcast
  • Resumen

  • Don Julián era un viejo zapatero que llevaba más de 40 años remendando zapatos en su pequeño taller. Todos en el barrio lo conocían por su habilidad, pero también por su carácter serio y reservado. Un día, un niño llamado Tomás entró al taller con un par de zapatillas rotas. —¿Puede arreglarlas, señor? Son mis favoritas, pero mi mamá no puede comprarme otras. Don Julián tomó las zapatillas con gesto indiferente. Estaban en muy mal estado, casi imposibles de reparar. —No prometo nada —gruñó, mientras las examinaba. Tomás iba todos los días a ver si estaban listas. Se quedaba mirando al viejo zapatero trabajar, haciéndole preguntas sobre el cuero, las herramientas y los diferentes tipos de costuras. Al principio, Don Julián solo respondía con monosílabos, pero con el tiempo empezó a explicarle pequeños trucos del oficio. Cuando finalmente entregó las zapatillas reparadas, el niño las miró maravillado. —¡Están como nuevas! Gracias, señor. Antes de irse, Tomás le preguntó: —¿Puedo venir a ver cómo trabaja? Quiero aprender. El zapatero bufó. —Este trabajo no es para niños. Es difícil y requiere paciencia. Pero Tomás seguía apareciendo todos los días, observando y ayudando con pequeñas tareas. Poco a poco, Don Julián empezó a enseñarle más, hasta que, sin darse cuenta, el niño se convirtió en su aprendiz. Pasaron los años, y Tomás se convirtió en un excelente artesano. Un día, Don Julián cayó enfermo y tuvo que cerrar el taller. Para su sorpresa, Tomás lo volvió a abrir, manteniendo vivo su legado. Años después, cuando Don Julián falleció, su pequeño taller se había convertido en un prestigioso negocio de calzado artesanal. En la entrada, una placa decía: “Aquí trabajó Don Julián, el hombre que me enseñó que un buen zapato, como una buena vida, se construye con paciencia, esfuerzo y amor.” Moraleja: El verdadero aprendizaje no siempre está en los libros ni en las escuelas, sino en las manos y el corazón de quienes están dispuestos a enseñar. A veces, el mejor legado que dejamos no es lo que construimos, sino a quiénes inspiramos en el camino. Y por supuesto siempre agradecer a todas las personas que nos ayudan en nuestro camino.
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